Verónica encontró a Ignacio Ruiz Barbero, el joven zapatero, dormido en la puerta del teatro con una caja de zapatos como almohada, los zapatos que en sólo una noche había hecho para ella. No había podido arreglarlos o, tal vez, no había querido. Aquella noche inauguró su pequeño museo con la plantilla que, sin saberlo, utilizaría el resto de su vida.
Tenía razón su padre: “No hay camino sin escollo, ni zapato sin remiendo”.
P.D: ¿O era al revés? Tal vez su padre dijera: No hay camino sin remiendo, ni zapato sin escollo.
:)
ResponderEliminarqué bonito!
Bueno, muy bueno.
ResponderEliminarSalud.