lunes, 26 de julio de 2010

Pequeño museo II

Ignacio siempre fue un holgazán. Nunca prestaba atención a las enseñanzas de su padre y nunca creyó que repetiría sus palabras con la sorpresa de creer en ellas. Aquel angelito descalzo de veinte años tenía que bailar en el teatro al día siguiente y había destrozado, de alguna manera que no llegó a entender, sus únicos zapatos de baile. Ante sus súplicas le dijo que podría arreglarlos, citó a su padre y le hizo una plantilla.

Verónica encontró a Ignacio Ruiz Barbero, el joven zapatero, dormido en la puerta del teatro con una caja de zapatos como almohada, los zapatos que en sólo una noche había hecho para ella. No había podido arreglarlos o, tal vez, no había querido. Aquella noche inauguró su pequeño museo con la plantilla que, sin saberlo, utilizaría el resto de su vida.

Tenía razón su padre: “No hay camino sin escollo, ni zapato sin remiendo”.


P.D: ¿O era al revés? Tal vez su padre dijera: No hay camino sin remiendo, ni zapato sin escollo.

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