viernes, 10 de junio de 2011

Bengasi (antigua Berenice: portadora de la victoria)


El veinte de mayo del dos mil once Mustafa Jibril corría por alguna calle de Bengasi persiguiendo al loco de su hermano pequeño, Motaz. Después de dos años viajando y vivir una odisea para entrar en Libia por la frontera de Egipto, le había traído el mejor de los regalos que podía hacerle. “¡Vas a romperlo antes de llegar!” gritaba Mustafa desde lejos. A Motaz le bastaba una mano para contar las veces que habia usado una web cam, pero necesitaba ambas para contar los meses que llevaba sin ver a su prometida.
Mustafa iba pidiendo perdón a todos los conductores que su hermano hacía frenar en seco cruzando las calles sin mirar, hasta que al final le perdió de vista. Motaz corría hacia el barrio de Kish como si le fuera la vida en ello. Llevaba su nuevo portatil en alto como signo de autoridad incuestionable y justificación suficiente para paralizar el tráfico o atropellar a otros viandantes. Cuando Mustafa llegó a la tienda de Hani comprendió lo que ocurría. Aquel era uno de los pocos puntos de la ciudad donde poder conectarse a internet vía satélite desde que se levantara el pueblo en rebeldía y fuera bombardeada parte de la cuidad. La gente estaba colocada en riguroso orden desde la puerta hasta casi el otro lado de la calle. Incluso alguno chateaba desde su propio coche.
Mustafa encontró a su hermano acurrucado contra una de las paredes laterales y el portátil sobre las rodillas. Eran más de las doce de la noche y cientos de personas sonreían a sus pantallas al leer buenas nuevas de Europa o de parientes lejanos tal vez. Había incluso quien bailaba delante de su ordenador. Su hermano no. Motaz Jibril no sonreía. Miraba petrificado a la pantalla. No escribía, no leía. Lo único que hacia era esperar pacientemente.
Dieron las dos de la mañana. Apenas quedaba alguna decena de internautas. El silencio reinaba en la noche de Bengasi como un ojo de un huracán al que seguiría otra buena ráfaga de bombas. Mustafa, harto de esperar, se acercó a su hermano para insistir en marcharse a casa por enésima vez, pero al ver que el pilotito rojo parpadeaba prefirió esperar a que se agotara la batería. Los siguientes minutos se le harían eternos. Poco a poco los demás se iban marchando. Mustafa, resignado y apoyado contra la pared, solo bostezaba y descruzaba los brazos para secar las lágrimas de sueño que de vez en cuando caían por sus carrillos.
De repente Motaz levantó las cejas y, tras unos segundos de incertidumbre, la luz monocroma del portatil cambió. Una mancha oscura se reflejaba en el rostro de su hermano y se proyectaba sobre la agujereada pared sobre la que apoyaban sus espaldas. Motaz sonrió y levantó la mano moviendo los dedos a modo de saludo. Por fin, a las dos y cuatro minutos de la mañana del veintiuno de mayo del dos mil once, en Bengasi, tras nueve meses y veintiún días de incomunicación y justo antes de que el ordenador se apagara definitivamente, Motaz Jibril logró decirle a su prometida poco más que un te quiero.

A las doce y cuatro minutos de la noche del veintiuno de mayo del dos mil once, en Londres, una chica de tez morena y pañuelo en la cabeza saludó a su pantalla con una sonrisa tan triste que cautivó mi atención en aquel pub inglés atestado de borrachos. No me hizo falta conocer su lengua o su procedencia para saber que lo que había dicho era un "yo también te quiero". Después su sonrisa desapareció y una nostálgica felicidad brilló en las lágrimas que, sin éxito, intentó disimular.

A las doce y cuatro minutos de la noche del veintiuno de mayo del dos mil once (02:04 en Bengasi), a Mustafa Jibril y a mí nos caló la soledad hasta los huesos. ¡Que la eternidad cobije el amor al que la sola esperanza basta como alimento!

5 comentarios:

  1. BRAVO.

    No se me ocurre otra cosa, simplemente BRAVO.

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  2. gran relato!
    Mustafa Jibril y tu, no eráis los únicos en sentiros tristes ese día, triste día y triste hora!

    dame cobijo
    con toda la ternura
    que te he prestado

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  3. Fantástico y... Real!
    Que bueno que vuelvas aquí :)

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  4. Un relato precioso.... y si... el amor se alimenta de la esperanza.... un día quizá... os cuente una bella historia de amor alimentada solo de esperanza y que nunca llegara a ser... la historia de amor y entrega mas bonita que he conocido o me han contado no lo recuerdo

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